lunes, 27 de febrero de 2012

LAS OLLAS


 Nasredín fue un día a tocar a la puerta de su vieja vecina Fátima:
- ¡Hermana mía! ¿Puedes prestarme una de tus ollas? La necesito para hacer mi comida.
-Por su puesto –le contesto ella-; voy a traértela.
La vecina regreso con una olla de tamaño mediano y se la dio a Nasredín.
Al día siguiente, Nasredín coloco una ollita dentro de la primera y toco a la puerta de su vecina.
-Muchas gracias hermana mía. Aquí  está tu olla, me fue muy útil.
-Pero, Nasredín, ¡esta chiquita no es mía!
- ¡Claro que sí! En la noche, tu olla dio a luz a una chiquita. Es su hija, entonces por derecho te pertenece.
La vecina se burlo de la credulidad de Nasredín, pero se puso contenta con salir ganando una ollita.
Tres días después, Nasredín Hocha volvió a tocar la puerta de su vecina.
-Hermanita, ¿puedes prestarme otra vez una de tus ollas?
-Con gusto –le respondió-. Te voy a prestar la más grande y la más hermosa.
La vecina, en sus adentros, esperaba obtener otra bonita olla.
Nasredín tomo la enorme olla, le dio las gracias  su vecina y regreso a su casa.
Pasaron dos días, luego cuatro, luego siete, sin tener noticia de Nasredín. La vecina comenzó a preocuparse seriamente hasta que acabó por tocar la puerta de su vecino.
-Hermanito –le dijo-, se te olvidó devolverme mi olla.
-No se me olvido, pero no sabía cómo anunciarte la mala noticia. En realidad, mientras estaba dando a luz, tu hermosa olla murió en la noche, en medio de espantosos sufrimientos.
-¿No te estarás burlando de mí, Nasredín? –le dijo-. ¿Dónde se ha oído hablar de ollas que se mueren?
-Desgraciadamente, vecina, en la vida, todos aquellos que paren, un día mueren. Si aceptaste que tu primera olla diera a luz, ahora habrá que admitir que la segunda murió.
Y el Hocha se quedo con la olla grande.

No hay que angustiarse!

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